El paisaje no es algo estático y la comida no es sólo alimento.
El paisaje
Resulta bastante normal concebir el paisaje como algo meramente estético; como un espectáculo visual grande o pequeño, natural o artificial. Pensar en el cielo nocturno y las luces de los rascacielos reflejándose sobre la bahía, en monumentales montañas cubiertas de grisáceas coníferas acariciadas por velos de nubes o, por qué no, en un recoleto balcón con su pequeña mesa de desayuno sombreada por una florida trepadora.
Pero el paisaje es mucho más. El Convenio Europeo del Paisaje lo define como cualquier parte del territorio, tal como es percibida por las poblaciones, cuyo carácter resulta de la acción de factores naturales y/o humanos y de sus interrelaciones. Interrelaciones que en la ciudad se convierten en un terreno ambiguo con algo de ecología y algo de ciencias sociales.
La sociedad, el paisaje y la comida
Es evidente que, especialmente en la ciudad, la sociedad hace al paisaje, pero también ocurre el fenómeno inverso: cambiar el paisaje ayuda a cambiar la sociedad. Tal es el caso de Stephen Ritz, un maestro de un colegio del Bronx que ha utilizado la jardinería para proporcionar un futuro a sus alumnos: comida, cultura, felicidad y trabajo. Todavía podría ir más allá y decir que no sólo ha plantado un futuro para sus alumnos, sino para su barrio, superando la noción de que para progresar en la vida necesitan dejar su hogar.
Cultivar es un acto revolucionario. Las políticas de ordenación y diseño urbano, en el mejor de los casos, se olvidan de algunas zonas de la ciudad (generalmente, las más desfavorecidas). En el peor, sitúan en ellas plantas de tratamiento de aguas, vertederos o pequeñas industrias, ocasionando problemas de salud en los residentes y marginalizando aún más la zona. La jardinería es un arma de creación masiva capaz de instaurar un poco de justicia medioambiental donde todo parece perdido. Y está al alcance de cualquiera: Majora Carter se tomó la justicia por su mano de la mejor manera posible.
Estos mismos barrios sin parques, generalmente también son barrios sin tiendas de fruta y verdura. Conviene más abrir una tienda de comida basura en estas zonas. Es más barata (1 Kcal de galletas siempre va a ser más barato que 1 Kcal de fruta). Así, nace el concepto de desierto alimentario: una zona de la ciudad en la que es casi imposible comprar comida sana y de calidad. Tener que recorrer varios kilómetros para poder comer una manzana tampoco es justo. De nuevo, cultivar es un acto revolucionario. Justicia alimentaria a golpe de pala. Y si no, que se lo pregunten a Ron Finley.
La realidad es enfermiza, pero se puede cambiar
Por las charlas que he compartido, parece que estos fenómenos son exclusivamente propios de Estados Unidos, pero no es así. Las grandes ciudades Europeas cada vez crecen más, y su carácter céntrico (propio de las ciudades antiguas) se va perdiendo poco a poco. Salvando las distancias, cada vez se van pareciendo más a las ciudades multicéntricas estilo Los Ángeles, donde cada barriada se encuentra encapsulada y conectada al resto por carreteras de alta velocidad.
Es un modelo que, a día de hoy, se suele considerar insostenible, pues depende demasiado de los automóviles. Además, este tipo de urbanismo favorece que haya distintos niveles de desarrollo económico en unos barrios y otros, acentuando el olvido urbanístico y la proliferación de desiertos alimentarios. Pero el encapsulamiento también tiene ventajas: el sentimiento de comunidad es más fuerte. Los vecinos son capaces de reunirse, organizarse y ponerse de acuerdo para colaborar de manera voluntaria como si se tratara de un pequeño pueblo.
Por supuesto, no se trata de volvernos autárquicos y cultivar toda nuestra comida, eso requeriría una planificación casi imposible en el espacio urbano. Pero producir una pequeña parte de la misma supone una gran aportación al medio ambiente (las plantas filtran contaminantes del aire y el suelo, producir tu propia comida ahorra toneladas de dióxido de carbono en el proceso productivo) y a la sociedad (aprender cómo se produce lo que comemos nos hace valorar la importancia de una alimentación y un medio ambiente sanos). En palabras de John Steinbeck en “Las uvas de la ira”…
(…) El conductor sentado en su silla de hierro se enorgullecía de la rectitud de las líneas que no se hacían por disposición suya, del tractor que ni poseía ni amaba, de ese poder que no estaba bajo su control. Y cuando aquella cosecha crecía y luego se segaba ningún hombre había desmigajado un terrón caliente con sus manos dejando la tierra cribarse entre las puntas de los dedos; ninguno había palpado la semilla ni anhelado que ésta germinase. Los hombres comían algo que no habían cultivado y no había conexión entre ellos y el pan. La tierra daba frutos sometidos al hierro y bajo el hierro moría gradualmente; porque no había para ella ni amor ni odio, y no se le ofrecían oraciones ni se le echaban maldiciones.
¿Y tú? ¿Quieres pasar a la acción?

Imágenes:
- Primera imagen: https://alfresco.garden/trucos-para-coquetear-con-un-chico/
- Segunda imagen: Peter Wendt
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